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"Nuestros ideales del pasado se han hundido porque nos dedicamos a la denuncia"

Pablo Pérez, catedrático de Historia Contemporánea afirma que lo sucedido en mayo de 1968 se estudiará en los libros de historia durante décadas

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Para Pablo Pérez, catedrático de Historia Contemporánea y profesor del Máster en Cristianismo y Cultura Contemporánea, lo que sucedió en mayo de 1968 fue un fenómeno que se estudiará en los libros de historia durante décadas, ya que supuso “un cambio en los modos de vida de la gente”.

P. El comienzo del libro nos sitúa en los años 50 y 60 en Estados Unidos. Aparecen temas como el racismo, el medioambiente o el feminismo, que siguen siendo cuestiones de actualidad. ¿Por qué seguimos arrastrando estas cuestiones más de sesenta años después?

En realidad lleva mucho más tiempo. La reorganización del trabajo, de las familias y las decisiones sociales son el producto de una perturbación del orden clásico que imperaba hasta entonces. La industrialización produjo un cambio muy intenso, que no se termina de asentar porque las soluciones son muchas veces insatisfactorias o tienen consecuencias que no se han considerado. A veces, las soluciones que se dan por buenas se consideran frutos de una nueva libertad ganada, como la libertad sexual o el bienestar material, y no se ha tenido en cuenta el precio en la vida personal o en las relaciones con los demás. Creo que ahora estamos en condiciones de empezar a ver sus implicaciones.

P. Entonces, ¿estamos viviendo una segunda revolución o es una prolongación de la primera que no se ha cerrado por completo?

En efecto, se podría decir que es la repetición de un cierto mito revolucionario unido al éxito material que crea una revolución de las expectativas y una alucinación política colectiva. Se ha adoptado el modelo de protestar para mejorar y construir “un mundo perfecto”.

P. ¿Qué quiere decir con la ‘revolución de las expectativas’?

En los años 50 y 60, en Estados Unidos existía una cierta utopía capitalista que creía que no habrá más injusticias ni opresión, sino igualdad. Decían que han conseguido solucionar los problemas de índole material y, por tanto, no hay nada que se no se pueda solucionar. Incluso Kennedy, en un discurso de junio de 1963, dijo que no hay ningún problema creado por el hombre que el hombre no pueda resolver.

Todos sabemos, por experiencia, que es mentira: los problemas que creamos son justamente problemas porque no sabemos cómo resolverlos. Es una falacia política, es prometer una utopía. Nos gustaría que fuera así, pero llevarlo a la práctica es muy difícil.

P. ¿Cómo definirías el movimiento woke?

Nace en el siglo XXI, aunque tiene raíces un poco anteriores y es consecuencia de un pensamiento francés muy mecanicista. Atiende a unos postulados que dicen que vivimos en un mundo en el que no hay héroes. Nuestros ideales del pasado se han hundido porque nos dedicamos a la denuncia; por tanto, no les admiramos y lo único que nos quedan son víctimas. Tenemos que identificar cuáles son esos grupos de víctimas de la injusticia que hemos heredado para defenderlas e impedir un discurso que las victimice de nuevo. Tiene un punto de extremo paternalismo, de rebeldía y de mentalidad acusatoria porque está deseando señalar el mal en los demás. Esto no resulta muy fructífero y el efecto que está produciendo es muy destructivo.

P. ¿Podrías contar algún ejemplo de acto destructivo?

Niall Ferguson, historiador británico, ha cofundado la Universidad de Austin cuyo lema es Dare to think, “atrévete a pensar”, que surge de la cancelación por la que pasó su esposa, Ayaan Hirsi Ali. Ella es una mujer somalí que huyó de su país perseguida por haberse pronunciado en contra del Islam y de la mutilación genital femenina, de la que ella era víctima. Después de una estancia en Holanda, llega a Estados Unidos, donde una universidad en 2010 le otorga un reconocimiento por su labor. Antes de la ceremonia de entrega, le informan de que no será posible porque algunos grupos se han manifestado en contra de ella por ser anti islámica y cancelan todo.

Esto es incomprensible, ella es una víctima del Islam y ahora el Islam es víctima de ella. La historia y las personas no se dividen en buenos y malos, no se pueden juzgar así. Esto demuestra que no interesa el bien, sino la denuncia del mal. Ferguson llama a este tipo de actos una llamada a la ignorancia. Las cosas son más grises, exigen mucho matiz. En las universidades, sobre todo, hay que estudiar. No podemos dedicarnos a proclamar eslóganes y a escribir en la pared frases bonitas para dejar contentos a todos, porque luego las circunstancias cambian y el héroe de hoy puede ser un villano de mañana.

P. ¿Y ha traído algún beneficio la cultura woke a la sociedad?

De las acciones humanas siempre se derivan algunos bienes, porque hay gente bien intencionada en todas partes. Pienso que, en conjunto, lo que difunde no es bueno, pero a veces pone el dedo en injusticias que son verdad, como la marginación de la mujer en la historia o el maltrato de ciertas culturas o minorías.

P. ¿Estudiarán en los libros de historia el movimiento woke como se estudia el de mayo del 68?

Supongo que sí, porque los historiadores somos muy frikis y recordamos estas cuestiones. El movimiento woke no tendrá consecuencias tan profundas como el mayo del 68 porque, como digo en el libro, el 68 es toda una cadena de acontecimientos que cambió los modos de vida de la gente, por ejemplo, las formas de relacionarse del hombre y la mujer o de crear y mantener la familia. Eso ha tenido consecuencias tremendas que no están en la cultura woke porque esta última es mucho más ideológica y afecta menos a la vida real o el día a día. Te engaña menos, quizá porque tiene un punto de sofisticación mayor. Es más una enfermedad intelectual y no de tipo vital. Si todos nos pusiéramos a vivir a lo woke y empezamos a denunciar al compañero de trabajo porque realiza acciones que no me gustan, seguramente se desharía nuestra sociedad.

 

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