El Instituto de las Mujeres ha puesto el foco en el término “charo” como una de las expresiones más visibles de la nueva misoginia online, en un informe que analiza su origen, su expansión en redes sociales y su impacto sobre la participación pública de las mujeres. El documento, elaborado a través del Observatorio de la Imagen de las Mujeres, sitúa esta etiqueta en el corazón de la llamada manosfera, el ecosistema de foros, canales y cuentas que articula el discurso antifeminista y de odio hacia las mujeres en el entorno digital.
Según el informe, el uso de “charo” como insulto comenzó a popularizarse en el foro Forocoches, donde desde 2011 se utilizaba para referirse de forma despectiva a mujeres solteras o divorciadas de más de 30 o 35 años, funcionarias y políticamente progresistas. A partir de ahí, el término se ha ramificado en derivados como “chara”, “charocracia” o el verbo “charear”, hasta consolidarse como una categoría que ordena un léxico propio dentro de la misoginia digital y la cultura del odio.
El Instituto subraya que “charo” se usa hoy como un significante vacío que aglutina distintos resentimientos masculinos, especialmente ligados a comunidades antifeministas y de extrema derecha. Su uso se ha normalizado en redes como X, YouTube o 4chan en respuestas tipo “ok, charo” dirigidas a cualquier publicación que hable de machismo, igualdad o derechos de las mujeres, disfrazando de ironía un mecanismo de desprecio que evita la sanción social que acarrearían insultos explícitos.
El informe identifica a los principales emisores de este término en la manosfera: desde activistas por los llamados “derechos de los hombres” hasta incels o grupos vinculados a discursos nacionalistas y de extrema derecha. Todos ellos comparten una misma lógica: ridiculizar a mujeres feministas, políticas, periodistas o activistas de derechos humanos, presentándolas como caricaturas grotescas que ocupan un lugar que “no les corresponde” en el espacio público.
Aunque en un inicio “charo” se dirigía sobre todo a mujeres vinculadas a la política y al feminismo, su uso se ha generalizado hasta alcanzar a cualquier mujer que defienda posiciones progresistas o feministas en redes sociales. De este modo, el término funciona como un dispositivo de silenciamiento: basta expresar opiniones sobre igualdad salarial, aborto, violencias machistas o derechos humanos para ser etiquetada bajo una categoría que desacredita de raíz su discurso.
El Instituto insiste en que las consecuencias no son solo simbólicas. Para las mujeres que se convierten en blanco de esta etiqueta, ser tratada como “charo” implica afrontar una violencia simbólica continuada que exige un esfuerzo de autoafirmación para seguir tomando la palabra, lo que termina generando desgaste, abandono de debates y retraimiento de la esfera pública, más allá incluso del ámbito digital.
A nivel colectivo, el informe advierte de que la expansión de este estereotipo erosiona los referentes feministas para las generaciones más jóvenes, al asociar la militancia y la visibilidad pública de las mujeres a una figura supuestamente “amargada”, ridícula y socialmente indeseable. Esta operación simbólica, alerta el documento, debilita las reivindicaciones feministas, presenta sus logros como frágiles y reversibles, y alimenta un clima de burla permanente hacia cualquier discurso de igualdad de género.
El Observatorio de la Imagen de las Mujeres sitúa además el fenómeno de “charo” dentro de un mandato institucional más amplio: el Pacto de Estado contra la Violencia de Género atribuye a este organismo la tarea de intensificar la vigilancia sobre contenidos en internet y redes que vulneren los derechos de las mujeres. En los últimos años, las quejas recibidas han detectado un aumento notable del discurso patriarcal agresivo, en el que etiquetas como “feminazi”, “tías potas” o “charo” operan como cápsulas virales de desprecio que frenan los avances en igualdad.
El informe recuerda que algunos medios de comunicación también han contribuido a amplificar el término, incorporándolo a titulares u opiniones, incluso dirigiéndolo contra el propio Instituto de las Mujeres y su Observatorio. El organismo denuncia que estas prácticas legitiman socialmente un insulto que deshumaniza y ridiculiza no solo a las mujeres destinatarias, sino también al trabajo institucional que vela por sus derechos.
Frente a este avance, el texto destaca la respuesta del movimiento feminista, que ha optado en ocasiones por resignificar el insulto, apropiándose irónicamente de la etiqueta para convertirla en símbolo de resistencia colectiva. Iniciativas como el uso del hashtag “JeSuisCharo” o el empleo del término como forma de complicidad entre mujeres buscan invertir el sentido de la palabra, denunciar su carga misógina y reforzar redes de apoyo frente a la violencia digital.
El Instituto de las Mujeres defiende, no obstante, que la resignificación debe ir acompañada de políticas públicas y de una reflexión social más amplia sobre el papel del humor y la burla en la reproducción de la desigualdad. El objetivo, subraya el informe, es contribuir a construir un entorno digital más respetuoso e igualitario, en el que la libertad de expresión no se utilice como coartada para socavar derechos y expulsar a las mujeres del debate público.
En este sentido, el organismo reivindica la coordinación históricamente estrecha entre instituciones y movimiento feminista para frenar la aparición de nuevos patrones de discriminación. Y concluye que desmontar etiquetas como “charo” implica, además de sancionar sus usos más violentos, promover nuevos modelos de masculinidad, fortalecer la educación en igualdad y garantizar que las voces de las mujeres puedan expresarse sin miedo a convertirse en diana de la cultura del odio





